La revista On Barcelona ha elegido el bar La Plata como uno de los cinco clásicos de Barcelona que nunca fallan. Pau Arenós, reputado crítico gastronómico (Premio Nacional de Gastronomía, Premio Juan Mari Arzak , Premio a la Excelencia Gastronómica de la Academia Internacional de Gastronomía, al profesional del año de la Academia Catalana de Gastronomía y Premio de Periodismo Gastronómico Pau Alborná), explica así el por qué del éxito del mejor bar de tapas de Barcelona.

Si La Plata abriera en el 2015 con las decisiones que Josep y Quimeta tomaron en 1945, los expertos en márketing lo desaconsejarían entre gritos y espumarajos a lo ‘El exorcista’.
Un bar con cuatro especialidades. No es que la carta sea reducida: es que no existe.
Eso que hoy sería de alto riesgo y radical, inaceptable por el sentido común, ha hecho que la casa triunfe durante 70 años.
¿Cuál es la razón del éxito? Que se han mantenido puros e inamovibles. Cuatro cosas y bien hechas, sin pisar otros territorios que podían ocultar ciénagas.
Y resistir las tentaciones. ¿Cuántas veces los tentó el Lucifer de las Oportunidades? “¿Por qué no haces esto o por qué no añades lo otro?”.
Regreso a La Plata –qué belleza de nombre– sabiendo exactamente qué voy a encontrar. Y esa es la gracia. Dando la cara, como desde hace 43 años, Pepe Gómez, alma del lugar. Más que camarero, una institución. Reparte gracias, y carácter: “La juventud prefiere el boquerón a la sardina”. El boquerón lo puedes comer entero; para la sardina hay que untar los dedos.
La juventud se mancha poco. Aunque estaría bien reforzar las finas servilletas con papeles más gruesos.
Los dos pescados azules, rebozados con harina del horno Vilamala (que también les sirve el pan), están de rechupete. Una buena fritura con aceite de Bargalló. Limpia, crujiente, liviana. La Plata también era conocida como Los Pescaditos: ¿qué más decir?
Primero, vermut Montana Perucchi, a pelo, sin hielo ni aceituna. Después, vino tinto a granel del Priorat.
La canónica ensalada de cebolla con tomate.
El montadito de anchoas: buen calibre, y a buen precio. Otro, con butifarra, también majo. Y fuera de programa, un huevo frito, extra que, a veces, sirven en los desayunos.
Termino con la bestial coca de crema de Vilamala, con más peligro que un dúo entre Bono de U2 y Raphael.a, ya jubilada. La sustituye Merche Fructuoso, con mano para esa fritura de vicio.
Roger Pascual, periodista, hijo de Anna, cuenta el porqué de la especialización: “Mis abuelos abrieron un bar para estibadores. Un día mi abuela fue a La Boqueria y trajo ‘peixet’. Comenzaron entonces a cocinar. En la calle cada uno servía una cosa: pulpo, jamón canario… Nosotros, boquerones”.
Algunos barceloneses se entregan al rescate de las viejas bodegas (Can Codina, en Gràcia, es uno de los últimos casos).
No se trata de idealizar, sino de preservar. Es también un inesperado toque de atención a la nostalgia de cartón piedra de los decoradores profesionales.
Precisamente La Plata habla de vitalidad y resistencia. Habla de 70 años de boquerones y sardinas. Habla de que si tienes una buena idea, aférrate a ella.
Atención: a las fotos históricas y a las del famoseo.
Recomendable para: los que quieren morder historia.
Que huyan: los que buscan cartas de dos palmos.
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